Por Rafael Morales González / Regidor de Múgica
21/junio/2020
Conforme pasan los años, y nos vamos percatando del valor real de las cosas, vamos comprendiendo que el propósito de la vida sólo puede ser uno: SER FELIZ.
Perdonen que irrumpa en la tranquilidad de sus vidas con la simpleza de mis humildes líneas, las cuales vengo a ofrecer, cual ofrendo con devoción, con la única intención de regalarles un momento muy merecido a la autocrítica y a la reflexión.
No puede ser otro el propósito de la vida que el ser cada quien feliz.
Cuando somos niños nos hace feliz estar con nuestros padres, sentirnos amados y protegidos por ellos. No nos preocupa la fe que practican nuestros padres, si es o no la buena, como decimos; no nos preocupa si le van a tal o a cual equipo de futbol, si son de este o del otro partido político; no nos interesa saber y casi nunca escuchamos a cuánto amaneció hoy el dólar, si la economía nacional va por buen rumbo. Simplemente somos niños, somos lo que nuestros padres hacen de nosotros en esa etapa muy particular de la vida. Una etapa en la que solamente se vive, y se es feliz en la medida en la que cada uno de nuestros padres puede contribuir para que seamos felices. Las cosas no nos hacen felices. Los juguetes, las comodidades y los lujos otorgan placer. Pero la verdadera felicidad de un niño es el amor de sus padres, su cariño, su apoyo y su protección. Todo eso lo llevará a ser un niño feliz. Por supuesto, en todo proceso humano, es imprescindible que haya salud para ser feliz.
Generalmente, cuando se es niño no se piensa en la muerte. Eso también nos permite ser felices.
Cuando entramos a la etapa de la juventud iniciamos la carrera de la vida. Es aquí cuando normalmente nos preguntamos por nuestro destino: Qué vamos a hacer con nosotros mismos. Necesitamos y debemos tener un propósito, un plan de vida que nos permita alcanzar la felicidad. Porque la felicidad no crece en macetas, ni se vende tampoco en la tiendita de la esquina. No nos la podemos sacar en la lotería, ni es suficiente tener dinero para ser feliz. Tampoco tener una profesión o tener muchos amigos nos hace felices. Porque la felicidad puede habitar o no, en el alma de un campesino trabajador, mas no en la residencia de un adinerado profesional, que vive su vida para cuidar su dinero de aquellos que dicen ser sus amigos.
La juventud es la etapa de los sueños. Es cuando debemos preparar nuestra barca para cruzar una larga travesía, para navegar por los misteriosos océanos de la vida. Por ello, debemos ser muy astutos y no perder de vista que la meta es y siempre será ser feliz.
A algunos, no a todos, cuando se es joven, nos hace ser felices el trabajo en el campo; otros encuentran la felicidad en las aulas. Pero sólo unos pocos se nutren del saber, se llenan de conocimientos para ofrecer al mundo la luz que desesperadamente tantos necesitan; desgraciadamente una gran parte de esos que ignoran no se da cuenta que vive en tinieblas.
No hay peor mal ni mayor desgracia que vivir en la ignorancia. Eso no te permite ser feliz.
Aunque debo reconocer que hay quienes dicen que se vive más feliz en la ignorancia. Pero yo creo que eso es mentira. Porque la ignorancia esclaviza. Aprisiona el espíritu y obstruye el desarrollo de una personalidad fuerte. La ignorancia vuelve eternos niños a los hombres, los cuales van por el mundo temerosos y supersticiosos, doblando su rodilla ante cualquier piedra. Y eso no hace feliz a nadie.
La felicidad en la juventud no es tan difícil de encontrar, como no lo es tanto cuando se es niño.
Para mí la felicidad de todo joven estriba en la distancia que ponga entre él y la ignorancia. Porque la ignorancia lo llevará por turbios y pantanosos caminos; lo guiará hasta su perdición. Hará de cualquiera la ignorancia un montón entresijos. Por eso la ignorancia no es buena. No es amiga de un pueblo libre. Donde hay ignorancia no hay libertad, y donde no hay libertad no hay felicidad.
Cuando ya se es grande, cuando la juventud ha pasado, la vida es diferente. Pensamos en los hijos, quienes los tenemos. Queremos que ellos vivan para siempre, y no nos cabe en la cabeza que su vida algún día se acabe.
Lamentablemente, la vida como la conocemos tiene un fin, y ese fin es la muerte. Lo queramos o no nos vamos a morir, y también nuestros hijos. Por eso, debemos ser felices siempre que podamos. No somos dioses para vivir para siempre, ni tampoco lo podemos tener todo. Pero seamos felices con lo que tenemos, aceptemos nuestra mortalidad y la de nuestros hijos. Hagamos que su vida sea hermosa, que brillen como un faro, que su vida sea majestuosa, como el mar imponente; seamos felices con ellos, con sus logros.
Todo hombre y toda mujer encuentra su felicidad en sus hijos, más que en los bienes materiales, más que en una pareja. Porque la pareja puede faltar o se puede ir. Los bienes materiales se pueden perder o acabar. Pero los hijos son para siempre.
Como vemos, el propósito de la vida es ser feliz.
Cuando se es niño se es feliz con el amor, el cariño y la protección de los padres; siendo jóvenes se es feliz cultivando el saber y alejándonos de la ignorancia; y como adultos somos felices logrando el desarrollo íntegro y sano de nuestros hijos.
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